1ª parte
Nacida bajo la autocracia zarista
De origen
judio, esta luchadora proletaria nació el 5 de
marzo de 1871 en Zamosc, ciudad próxima a
Lublin, en Polonia oriental, entonces sometida al
Imperio zarista. Era la hija pequeña en una
familia de cinco hermanos, a quien una lesión
mal atendida le dejó un defecto permanente en la cadera.

Aunque
Zamosc era muy pobre y los judíos constituían
el último eslabón en la jerarquía social, el
abuelo de Rosa Luxemburgo había fundado un
próspero negocio de maderas y pudo pagar los
estudios de sus hijos en los mejores institutos
de Berlín. Su familia se desenvolvió en un
ambiente muy cultivado e influenciado por los
más avanzados escritores occidentales,
especialmente alemanes. Muy allegado a ellos era
el poeta sefardí León Pérez, agitador contra
el zarismo y defensor del nacionalismo polaco.
Polonia pugnaba por sobrevivir repartida y
dividida por dos grandes naciones, como Alemania
y Rusia, aunque en medio de una opresión
asfixiante podía beneficiarse también de su
proximidad a dos civilizaciones tan distintas y
tan fructíferas. Ese crisol de influencias
determinó el abierto contenido internacionalista
que caracteriza la obra de Rosa Luxemburgo.
Cuando
tenía tres años su familia se trasladó a
Varsovia. En el colegio estaba prohibido hablar
polaco, aunque clandestinamente los jóvenes lo
hacían como forma de protesta contra el intento
de rusificación que trataba de desplegar el
zarismo. Las escuelas eran un nido de agitación
contra el absolutismo. Cuando terminó sus
estudios se le negó la medalla de oro, pese a
que todas sus calificaciones eran
extraordinarias, a causa de su actividad clandestina.
En 1887
Rosa Luxemburgo, que sólo contaba entonces 16
años, ya era militante del Partido
Revolucionario Socialista "Proletariat"
y se relacionaba con los círculos obreros más
conscientes. En aquella época
"Proletariat" había sido
prácticamente desmantelado. El zarismo había
asesinado a los dirigentes obreros y gran parte
de los cuadros de la organización se encontraban
en prisión o deportados. Sólo grupos muy
pequeños de conspiradores seguían manteniendo
la llama de la resistencia. Formado en 1882,
"Proletariat" tenía vínculos
estrechos con los populistas rusos y en aquellas
fechas, fruto de la dispersión, comenzó a
cometer acciones armadas a la desesperada. Pero a
diferencia de los populistas que Lenin analizó
en sus primeros escritos, "Proletariat"
estaba claramente influido por el marxismo.
Pero
pronto el movimiento obrero comenzó a resurgir
de los rescoldos del terror zarista y en 1889 se
creó el sindicato "Federación de
Trabajadores Polacos", en la que intervino
Rosa Luxemburgo. Una huelga convocada en Lodz
acabó con una horripilante masacre de 46 obreros
asesinados por la guardia zarista, una de las
peores de la historia. La persecución política
llegó a Rosa Luxemburgo, que en 1889 tuvo que
abandonar su país y cruzar la frontera
clandestinamente.
Se
refugió en Zurich, entonces un hervidero de
revolucionarios de todas las latitudes. Allí
estudió Filosofía, Ciencias Naturales,
Matemáticas, Historia, Política y Economía, y
conoció a Plejánov, Axelrod, Vera Zasulitch,
Parvus y otros marxistas rusos, alemanes y
polacos. Pero sobre todo, conoció a León
Jogiches, como ella también marxista, judío y
polaco, que sería su compañero para el resto de
sus días, influyéndose recíprocamente.
La lucha ideológica
entre los marxistas polacos
Jogiches
disponía de una considerable fortuna, que puso a
disposición de Axelrod y Plejanov para que
pudieran desarrollar el partido socialdemócrata
ruso, aunque acabó rompiendo pronto con ellos.
Entonces Luxemburgo y Jogiches se dedicaron a
reagrupar a las fuerzas revolucionarias polacas,
y con "Proletariat", la
"Federación de Trabajadores Polacos" y
dos grupos escindidos del PPS (Partido Socialista
Polaco) crearon una nueva organización con las
mismas siglas (Partido Socialista Polaco), que en
1893 comenzó a editar en París Sprawa
Robotnizca ("La Causa Obrera"). El
amplio informe del nuevo Partido a la II
Internacional fue redactado por ella.

Este
informe demuestra ya una extraordinaria
clarividencia política a la hora de trazar la
línea política del Partido, que debía huir
tanto del blanquismo como del reformismo. Ponía
el acento en la lucha de masas y la necesidad de
educarlas en el combate a través de la
organización sindical y las reivindicaciones
democráticas. Con sólo 22 años Rosa Luxemburgo
demostraba ya una extraordinaria capacidad de
análisis y un precoz instinto revolucionario.
Sin
embargo, las tesis que sostenía ya entonces
sobre la cuestión de las nacionalidades
oprimidas y el derecho de autodeterminación,
distaban de resultar correctas. En aquella época
este problema era tremendamente complejo, y más
en Polonia, un país que no solamente estaba
ocupado sino que su independencia se enfrentaba a
tres formidables enemigos como Alemania, Rusia y
el Imperio Austro-Húngaro, que se la habían
repartido. Rosa Luxemburgo no defendió nunca un
principio único y universal para resolver este
problema, sino que acudió siempre a soluciones
tácticas y cambiantes en función de cada caso
concreto. Sólo Lenin desarroló después
acertadamente el principio de autodeterminación
que, con la entrada en la fase imperialista del
capitalista, adquiría una importancia
trascendental. No deja de ser significativo que
Lenin, partícipe de una nación opresora,
analizara la cuestión mucho mejor que
Luxemburgo, originaria de una nación oprimida.
El internacionalismo de la gran revolucionaria
polaca la llevó en este punto a cometer un
importante error estratégico, subestimando la
energía nacionalista de amplias capas populares
de Polonia. Ahora bien, incluso en sus errores
Rosa Luxemburgo demostraba una gran capacidad de
análisis y de aplicación creadora del marxismo,
que no se limitaba a repetir frases hechas y que
extraía del marxismo toda su energía revolucionaria.
La unión
dentro del Partido Socialista no duró mucho.
Instalados en el exilio de París en 1892, los
dirigentes de "Proletariat"
rectificaron y promovieron la consigna de la
independencia de Polonia. Se desató una feroz
lucha ideológica (pero por parte de sus
adversarios también plagada de
descalificaciones) que llegó hasta el Congreso
de Zurich de la II Internacional, donde Plejanov
(y con él Engels) votó a favor de la
independencia de Polonia, en contra de las tesis de Luxemburgo.
Se produjo
la escisión, creando Luxemburgo el nuevo SDKP
(Partido Socialdemócrata Polaco), opuesto a la
independencia de Polonia. Todas las calumnias y
los sucios intentos del PPS por expulsar al
Partido Socialdemócrata de Luxemburgo de la
Internacional fracasaron, e incluso el nuevo
partido obtuvo cierto éxito en el Congreso de
Londres de 1896 al ganar una votación en contra
de la independencia y a favor de la autodeterminación.
Mientras
todo esto sucedía en el exilio, en el interior
de Polonia la situación era bien distinta, con
el movimiento obrero paralizado y ajeno a
aquellas discusiones. Las organizaciones estaban
desmanteladas y entre quienes se esforzaron por
fortalecer al nuevo Partido Socialdemócrata
destacó pronto uno de las gandes figuras del
movimiento comunista internacional, Félix
Dzherzinski, que logró agrupar a los marxistas
lituanos con los polacos en un sólo partido, que
adoptó las siglas SDKPL.
Traslado a Alemania
Por
aquellas fechas comenzó a colaborar en Neue Zeit
el influyente periódico dirigido por Kautsky, en
el que sus artículos llamaron la atención de
toda la socialdemocracia por su profundidad, el
acopio de datos y la agudeza en la exposición,
aunque jamás fue reconocida por los dirigentes
del PPS, que siguieron lanzando ignominiosas
acusaciones contra ella. Pero todo eso no
impidió que con sus escritos alcanzara un enorme
prestigio internacional, que la llevó a visitar
Francia durante varios meses, en los que tuvo
oportunidad de conocer a Jules Guesde, y
Vaillant, el héroe de la Comuna de París.
Decidió
instalarse a Alemania, que entonces era el
corazón del movimiento obrero internacional y
donde radicaba una parte importante del
proletariado polaco. En mayo de 1898 radicó en
Berlín y contrajo un matrimonio de conveniencia
con un alemán para cambiar su pasaporte ruso por
el prusiano y poder así desarrollar actividades
políticas (prohibidas a los extranjeros) y no
correr tampoco el riesgo de ser extraditada a su
país.
Fue
destinada a Silesia por el SPD (Partido
Socialdemócrata Alemán) para agitar entre los
mineros polacos, y entonces pudo comprobarse otra
de las grandes cualidades de Luxemburgo: la
oratoria, la capacidad de transmitir y llegar a
las masas obreras con un mensaje claro y lleno de
entusiasmo revolucionario. Los obreros de las
minas le llevaban flores y le pedían que no se
marchara, que se quedara con ellos para ayudarles
en sus luchas. Se ganó la simpatía del máximo
dirigente de la II Internacional, Karl Kautsky,
con cuya familia mantuvo una amistad íntima,
así como de otras figuras revolucionarias de la
época, como Franz Mehring y Ausgust Babel, así
como con Clara Zetkin, que inició los primeros análisis marxistas sobre la situación de la
mujer trabajadora.
Por su
triple condición de mujer, judía y extranjera,
los problemas le persiguieron dentro de un
partido, que ya entonces era el más numeroso y
organizado del mundo, aunque no del todo limpio
ni mucho menos. Tuvo numerosos roces en los que
sacó a relucir su fuerte personalidad; no era de
las que se callaba ni se doblegaba ante ningún
santón, por más fama que tuviera. En una
ocasión escribió replicando a los insultos de
la redacción del influyente diario
"Vörwarts" lo siguiente: "Existen
fundamentalmente dos tipos de seres vivos, los
vertebrados que gracias a eso pueden andar y, en
ocasiones correr, y los invertebrados, que
solamente pueden reptar y vivir como
parásitos". Así de vivo era su genio...
Sólo tenía 27 años y ya se enfrentaba a la
vieja guardia socialdemócrata, cargada de
medallas, pero que empezaba a dar alarmantes
muestras de esclerosis política.
Su estilo
incisivo le costó multas gubernativas e incluso
en junio de 1904 fue condenada a varios meses de
prisión por "injurias al rey".
La batalla contra el
revisionismo
Dentro del
SPD las tendencias reformistas se consolidaron y
crecieron. Para combatirlas Rosa Luxemburgo
escribió en 1899 "Reforma social o
revolución", una de sus obras fundamentales
en la que, paralelamente a Lenin, desarrolla la
batalla contra el revisionismo moderno de
Bernstein.
Las ideas
entonces expuestas por Bernstein siguen siendo
las mismas que toda laya de revisionistas, y
traidores del movimiento obrero han seguido
defendiendo hasta nuestros días. Todo lo que hoy
en día oímos, ya fue formulado hace un siglo, y
la historia lo ha refutado. Frente al
parlamentarismo que embobaba a la
socialdemocracia, Rosa Luxemburgo escribe:
"Es cierto que, formalmente, el
parlamentarismo sirve para dar expresión a los
intereses de toda la sociedad dentro de la
organización estatal. Por otro lado, sin
embargo, lo único que el parlamento permite
manifestarse es a la sociedad capitalista, es
decir, una sociedad en la que los intereses
capitalistas son predominantes".
Por eso
este libro es un material obligado de lectura y
reflexión en las filas del movimiento obrero
revolucionario. No se trata de otra cosa que de
la defensa de la vigencia del marxismo, y en él
están ya refutadas las mismas acusaciones que
hoy se lanzan contra las ideas comunistas.
Luxemburgo
no se opone a las reformas sociales sino que
rechaza el argumento de que se puede llegar al
socialismo a través de una reforma paulatina del
capitalismo. Rosa Luxemburgo demuestra que la
táctica revisionista supone una aceptación del
sistema capitalista.

En contra
de Bernstein y los revisionistas, que preveían
un capitalismo organizado, pacífico y
planificado, Rosa Luxemburgo anuncia la
inevitabilidad de las crisis económicas y el
gran alcance que iban a adquirir. Considera a los
revisionistas como herederos de Kant, de Proudhon
y de Lassalle, al tiempo que defiende que el
desplome de todo el sistema capitalista es
inevitable. Para ella el colapso inevitable del
capitalismo es la "piedra angular" de
la ciencia marxista, que poco a poco debe irse
imponiendo sobre todos los errores utopistas
pequeñoburgueses que le han precedido.
Considera, además, que la ley del hundimiento
inevitable del capitalismo forma parte de la
tradición teórica de la socialdemocracia
alemana y que, al separarse de ella, Bernstein la
ha traicionado. La socialdemocracia siempre
había pensado que el socialismo llegaría con
una "crisis general y aniquiladora", de
que el capitalismo acabaría "por sí solo y
víctima de sus propias contradicciones".
Además
diferencia muy agudamente las crisis iniciales
del capitalismo "producto de su crecimiento
infantil" con las crisis de decadencia que
aún no han llegado pero que cabe esperar.
Aquellas primeras crisis, decía Luxemburgo,
derivan de la fase de expansión del capitalismo,
mientras que las futuras van a ser crisis de
envejecimiento y decrepitud. Esta genial
aportación, que luego desarrollaría Lenin,
aparece por vez primera en Luxemburgo:
"Los
límites del capitalismo están en el mercado: el
capitalismo no es capaz de una expansión
ilimitada precisamente por esa falta de salidas a
la producción", aunque llega a
afirmar, lo que es bastante discutible, que bajo
el capitalismo "el intercambio
domina la producción".
Luxemburgo
trata de fundamentar la inviabilidad del
capitalismo como modo de producción, aunque
tomando en consideración contradicciones que por
un lado son puramente objetivas y, por el otro,
son secundarias y no pueden tener esa
virtualidad. Pone al mismo nivel la
contradicción entre la socialización de la
producción y la privacidad de la apropiación,
con la contradicción entre la producción y el
consumo. Critica a Bernstein porque defiende la
posibilidad de superación de las crisis por el
capitalismo, cuando según ella "la
eliminación de las crisis supone la superación
de la contradicción entre producción e
intercambio". El capitalismo desaparecerá
como consecuencia de la crisis de subconsumo. No
habría crisis si la producción coincidiera con
el mercado, si éste tuviera una capacidad de
expansión ilimitada.
Hay
también en esta obra otras importantes
aportaciones que luego desarrollará también
Lenin, como la negación de que el monopolismo
pueda resultar compatible, según decía
Bernstein, con la progresiva democratización:
"A
consecuencia del desarrollo de la economía
mundial y la agudización y generalización de la
lucha competitiva en el mercado mundial, el
militarismo y la marina de guerra han pasado de
ser instrumentos de la política mundial a llevar
la voz cantante tanto en la vida interior como en
la exterior de los grandes Estados. Y si la
política mundial y el militarismo suponen una
tendencia ascendente en el momento actual, en
consecuencia la democracia burguesa se moverá en
línea descendente".
La revolución de 1905
La
revolución rusa de 1905 fue también la
revolución polaca, que fue donde aparecieron sus
primeros brotes. El domingo 22 de enero de 1905
la guardia zarista disparó contra una
manifestación de 200.000 obreros en San
Petersburgo matando a 2.000 de ellos e hiriendo a
otros muchos. Como consecuencia de ello se
produjo un levantamiento general en todo el
imperio que se prolongó hasta diciembre,
participando millones de obreros por primera vez
en la historia.
El
absolutismo, que simultáneamente estaba siendo
derrotado por Japón en la guerra, se vio contra
las cuerdas y mostró su vulnerabilidad ante el
proletariado. En octubre se vio obligado a ceder,
reconociendo algunos derechos políticos básicos
y convocar elecciones.
Como suele
ocurrir, la contundencia de los hechos zanjó una
interminable discusión en el seno de la
socialdemocracia rusa que, constituida como
partido (POSDR) en 1898, se había escindido
cinco años más tarde en varios grupos, entre
ellos los bolcheviques y los menchviques. La
revolución demostró que Lenin tenía razón: el
capitalismo se había desarrollado en Rusia,
había que desatar una revolución democrático
burguesa contra el zarismo y esa tarea sólo la
podía cumplimentar el proletariado.
En
Alemania (y en la II Internacional en general)
sólo Rosa Luxemburgo se interesaba por las
cuestiones rusas. Se interesa por la escisión en
el POSDR y, estallada la revolución, escribe
numerosos artículos y pronuncia conferencias
ante los obreros alemanes, vivamente interesados
por la suerte de sus compañeros de clase,
mientras la burocracia del SPD miraba hacia los
kadetes y los eseristas.
Los
artículos y conferencias le cuestan una condena
por incitación a la violencia y pasa una
temporada en prisión. Al salir comprende que no
basta con escribir sino que es imprescindible la
intervención directa sobre el terreno, por lo
que a finales de diciembre de 1905 se traslada
clandestinamente a Varsovia, todavía en estado
de guerra, con la tropa patrullando por la calle,
los comercios cerrados, las reuniones prohibidas
y las barricadas cerrando todos los accesos.
El 4 de
marzo es detenida en Varsovia junto con León
Jogiches aunque logró su libertad el 28 de junio
a causa de su delicado estado de salud, y fue
expulsada de Varsovia. Viajó entonces San
Petersburgo y luego a Finlandia, donde escribió
su obra "Huelga de masas, partido y
sindicatos", al calor de la experiencia de
la revolución. En enero del año siguiente la
autocracia zarista condenó a Jogiches por
"alta traición" a ocho años de
trabajos forzados, aunque logró huir de prisión en abril.
La discusión sobre el
Partido
La batalla
conta el revisionismo dentro del SPD no acabó
con la expulsión de Bernstein y los demás
revisionistas del Partido. Ésta es la diferencia
fundamental con Rusia y los bolcheviques, que no
solamente rompieron de palabra, sino en los
hechos, creando una auténtica organización
revolucionaria.
En la
escisión dentro del POSDR, Rosa Luxemburgo se
mantuvo equidistante entre los mencheviques y los
bolcheviques. Su concepción al respecto era
diferente de la de éstos, a los que criticaba su
centralismo a ultranza.
Luxemburgo
asimilaba la postura bolchevique con la que
anteriormente ella había criticado a
"Proletariat" por blanquista. Este es
uno de los errores más graves de su pensamiento,
la idea imprecisa de la "organización como
proceso" que está directamente enfrentada a
la tesis leninista de la necesidad de un partido
dirigente, organizado conforme a los principios
del centralismo democrático.
Esta
errónea tesis de Luxemburgo, tan difundida hoy
día, desarma peligrosamente a la clase obrera,
hasta el punto que la Internacional Comunista se
vio obligada a plantarle batalla otra vez en 1925
para desterrarla del seno de los partidos y
evitar el espontaneísmo. La revolución rusa de
1917 fue posible porque fue dirigida por el
Partido bolchevique, mientras que sólo unos
meses después, la revolución alemana de 1919
fracasó porque no existía allí un partido de
esas características: "En el momento de la
crisis -escribió Lenin- los obreros alemanes se
han visto sin un partido verdaderamente
revolucionario debido a la tardanza en hacer la
escisión, debido a la maldita tradición de la
'unidad' con la banda de lacayos, venal (los
Scheidemann, Legien, David y cía) y falta de
carácter (los Kautsky, Hilferding y cía)".
Era Lenin
y no Luxemburgo quien tenía razón también en
este punto: no existe revolución sin una
vanguardia comunista con una línea política
adecuada que se ponga a la cabeza de la clase
obrera, que mantenga una implacable lucha
ideológica contra las desviaciones que van
surgiendo por el camino, que preserve la
vigilancia ideológica en el mismo interior de
sus filas, que se fortalezca depurándose de los
elementos oportunistas y al mismo tiempo se
mantenga unido y disciplinado.
No eran
esos los fundamentos de la socialdemocracia
alemana, anclado en el burocratismo y sólo
preocupado por los recuentos electorales. En el
Congreso de 1904 Luxemburgo había logrado
introducir, entre fuertes rechazos internos, la
vía de la "huelga geneal política",
pero eran pocos los que estaban dispuestos a
comprometerse con ella. Era evidente que el SPD
había degenerado en el reformismo más ramplón,
pero a diferenia de Rusia no había en Alemania
una alternativa sólida porque aunque Luxemburgo
apuntaba en la buena dirección, aún no había
roto con ellos y carecía de un alternativa
organizativa adecuada.
El imperialismo y la
acumulación de capital
En 1906 el
SPD crea una escuela para la formación
ideológica de los obreros, en la que Luxemburgo
se encargará de impartir lecciones de economía.
Para ello redacta un esbozo, que no se conserva
íntegro y cuyos restos se publicaron en forma de
libro titulado "Introducción a la Economía
política", donde expone con gran sencillez
los fundamentos que Marx había desarrollado en
El Capital para que pudieran ser comprendidos por
los cuadros del partido y los agitadores
sindicales.
En 1913 se
editó su libro "La acumulación de
capital", su obra teórica más importante y
uno de los análisis clave del imperialismo
moderno que, una vez más, suscitó una viva y
violenta reacción de los jefes de la
socialdemocracia alemana, viéndose ella
obligada, a su vez, a defenderse escribiendo, ya
en la cárcel, la "Anticrítica".
El núcleo
de la argumentación de Luxemburgo parte de los
fundamentos que ya expusiera antes en
"Reforma social o revolución": el
consumo determina la producción; como los
capitalistas no consumen toda la plusvalía, esta
acumulación engendra un subconsumo que no
encuentra salida porque carece de demanda
solvente; este subconsumo sólo se puede
compensar con las ventas en el mercado exterior,
en áreas al margen del capitalismo; por tanto,
el capitalismo es un sistema económico que sólo
puede funcionar si coexiste con regiones no
capitalistas, porque la producción no encuentra
compradores ni entre los obreros (ya que estos
realizan el capital variable) ni entre los
capitalistas (ya que éstos consumen sólo la
parte de la plusvalía que no se acumula); hacen
falta "otras clases sociales" situadas
al margen de esas dos que completen la demanda;
una vez que el capitalismo se extienda tanto que
no tenga regiones vírgenes precapitalistas ni
tampoco "terceras personas" que
completen la demanda, se producirá el derrumbe.
La causa del colapso, por tanto, es la la
limitación de los mercados.
Luxemburgo,
en realidad, está describiendo el proceso de
expansión capitalista, la acumulación
originaria de capital que se desarrolla a costa
de las formas de producción precapitalistas, de
la ruina de la pequeña producción agrícola y
artesanal. En ella la coexistencia de esos dos
modos de producción no se verifica
necesariamente fuera de las fronteras, porque es
posible la expansión interior, cuando existen
regiones a las que aún no ha llegado el
capitalismo. Desde el momento en que se agotan
esos mercados precapitalistas, Luxemburgo no es
capaz de explicar el funcionamiento del
capitalismo, por qué éste se hunde
irremisiblemente. Por eso su teoría es, a la
vez, una teoría del imperialismo ya que no
concibe el capitalismo sin esa búsqueda
angustiosa de regiones vírgenes, sin burgueses
ni proletarios, que le permitan sobrevivir. Las
contradicciones del capitalismo le impelen a
salir fuera de las fronteras, e incluso fuera del
capitalismo mismo.
En estas
ideas radica la fuente inspiradora de las
modernas teorías "tercermundistas" del
imperialismo. Lo que Luxemburgo
"demuestra" es la imposibilidad del
capitalismo, no su desmoronamiento. Es una
posición similar también a las que se dieron
entre los populistas rusos y que Lenin ya había
criticado años antes. A pesar de que Luxemburgo
critica expresamente a populistas, incurre en sus
mismos errores: las salidas exteriores son
imprescindibles, así como "otras clases
sociales" al margen del proletariado y la
burguesía.
Para
Luxemburgo es imprescindible una expansión del
mercado para proseguir con la acumulación. En la
polémica de Kautsky contra Tugan-Baranovski y
Hilferding, que habían defendido la ley de Say,
Luxemburgo reconoce expresamente que su opinión
en este punto es la misma de Kautsky.
Luxemburgo
parte de un error muy común en aquella época
entre la socialdemocracia: partir de los esquemas
de la reproducción capitalista del Libro II de
El capital y tomarlos por un modelo del
funcionamiento real del capitalismo. Pero esos
esquemas parten del supuesto simplificador de que
no existe el mercado exterior y, por tanto, no se
puede pretender "demostrar" a partir de
ellos que el mercado exterior es imprescindible.
Por otro lado, en dichos esquemas Marx supone
también que los intercambios se producen por su
valor y que no existen transferencias encubiertas
de valor a través de los precios de producción,
que no obstante resulta característico del
comercio internacional.
Afirma que
el capitalismo llegará la bancarrota por dos
vías: bien porque la expansión capitalista
reduce cada vez los sectores no capitalistas y,
en consecuencia, impide la acumulación, bien
porque sin esperar a ese momento, el proletariado
se levantará y acabará con el régimen del
capital. Como afirma muy acertadamente, la lucha
de clases es un "mero reflejo ideológico de
la necesidad histórica objetiva del socialismo,
que resulta de la imposibilidad económica
objetiva del capitalismo al llegar a una cierta
altura de su desarrollo".
