Mathilde no habla de ello
en su diario.
Más tarde, el
presidente del tribunal que la juzgó, M.
Drapier, trató de saber la verdad.
-
Diga exactamente lo que sucedió -exigió- ¿Fue usted a la villa de Harry Baur?
- Ya he contado exactamente lo que sucedió, pero
voy a repetirlo. Después de catorce meses y de
trabajo incesante para la Resistencia, fui
detenida y conducida a la villa de Harry Baur, en
Maisons-Laffite. Estaba en poder de los alemanes.
El sargento Hugo Bleicher no me dejaba sola ni un
instante.
- ¿Averiguó, por tanto, el nombre de aquel
sargento?
- Me dijo que se llamaba Hugo Bleicher.
- ¿Era la graduación de sargento su verdadero
rango en el Ejército?
- Lo ignoro.
- ¿Se llamaba en realidad Hugo Bleicher?
- ¿Cómó podría saberlo yo, señor presidente?
- Está bien, era usted la prisionera de Bleicher.
¿Se convirtió en su amante?
- ¿No puede usted ponerse en mi lugar, señor
presidente?

- Responda a mi pregunta.
- Bleicher me dijo: "Si es usted razonable,
estará en libertad esta noche". Por lo
tanto, me mostré razonable.
- ¿Qué más ocurrió aquella noche?
Silencio.
- Quiero saber qué más ocurrió aquella noche.
Silencio.
- Todos deseamos saber qué más ocurrió aquella
noche. Es esto lo que debe explicarnos. Ha
reconocido que, durante catorce meses, se ha
expuesta a los peores peligros mientras trabajaba
para la Resistencia. Y en una sola noche, olvidó
todo su pasado, olvidó a Francia y se olvidó
incluso de sí misma. A la mañana siguiente,
puso en manos de aquel sargento Hugo Bleicher a
los treinta y cinco miembros más importantes de
la Resistencia francesa. Vamos, diga ¿qué
ocurrió aquella noche?
El presidente del
tribunal clavó su mirada en la acusada y la
mantuvo en ella durante un largo minuto.
"No
lo conocéis, pero es de los nuestros"
Al día siguiente
por la mañana, después de aquella famosa noche,
la Gata y Hugo Bleicher, que vestía de nuevo
ropa civil, subieron a un automóvil pequeño con
matrícula francesa. Se dirigieron a París y se
detuvieron delante de la casa en la que se
ocultaba M. Rocchini.
Otros coches
pararon también delante de esta casa, pero nadie
les prestó atención, ya que sus ocupantes eran
paisanos de aspecto inofensivo. Un hombre se
apeó de un automóvil y fue a comprar un
periódico. Otro entró en el estanco.
La Gata subió por
la escalera y llamó a una puerta, con una señal
convenida. La puerta se abrió en seguida.
Rocchini estaba con Frank, otro miembro
importante del grupo de resistentes.
Los dos tuvieron
un momento de vacilación al ver que un hombre
acompañaba a Mathilde. Era un hombre al que
nunca habían visto.
- Es preciso hacer algo -murmuró
le Gata-, Armand ha sido detenido.
El terror se
reflejó en los rostros de los dos hombres.
- No temáis -añadió ella,
con un gesto hacia Bleicher- No lo conocéis. pero es de los nuestros.
Hablaron con
animación durante unos minutos y, luego la Gata
le dijo a Bleicher:
- Vaya a poner el coche en marcha para no perder
tiempo.
Mathilde se quedó
todavía dos o tres minutos. Entonces llamaron a
la puerta y ella fue a abrirla. Varios alemanes
irrumpieron en el apartamento, pistola en mano, y gritaron:
- ¡Arriba las manos!
Durante las ocho
horas siguientes, el mismo procedimiento,
cuidadosamente programado, fue puesto en
práctica hasta que treinta y cinco importantes
miembros de la Resistencia fueron capturados.
Al
coronel Achard no le caza nadie
Durante un par de
meses. la Gata siguió actuando bajo las órdenes
de Bleicher. Contó todo lo que ella sabía, que
no era poco. Hizo que fuesen encarcelados todos
sus antiguos compañeros de la Resistencia, por
lo menos aquellos que estaban a su alcance. Sin
embargo. lo que Bleicher no pudo conseguir fue
echar el guante al hombre al que buscaba más
activamente que a todos los demás: el coronel
Achard, el jefe de todo el grupo.
Por extraño que
ello pueda parecer, Mathilde no traicionó a
Achard. En el testimonio que Achard prestó ante
el tribunal declaró:
- Ella sabía perfectamente donde me ocultaba yo,
pero no me traicionó.
La Gata
consiguió, en este aspecto, engañar a Bleicher.
Afirmó que ignoraba donde se hallaba Achard. Lo
juró y dio tantas muestras, al parecer sinceras,
de su ignorancia, que él la creyó. En cambio,
se ofreció para hallar el paradero de otro
personaje importante: el aristócrata Pierre de Vomecourt.
Este nombre
despertó la atención de Bleicher, quien,
instantáneamente, se quedó pensativo. Se le
acababa de ocurrir una explotación todavía más
eficaz de los servicios de la Gata...
Mathilde regresó
a su antiguo cuartel general clandestino. Las
intervenciones de Bleicher habían sido
realizadas magistralmente y los hombres detenidos
no habían tenido tiempo para poner sobre aviso a
sus compañeros. Nadie, en la Resistencia,
sospechaba todavía de la Gata.
Durante los dos
meses siguientes ella siguió desempeñando su
papel de patriota como antes. Ninguno de sus
compañeros de la red clandestina podía imaginar
que la valerosa camarada Mathilde Carré era el
temible traidor, de cuya existencia ya
sospechaban.
Y pocos motivos
tenían para desconfiar de ella, dado que
Mathilde se dedicaba en cuerpo y alma a
reorganizar el grupo e insuflar animos a cada uno
de sus miembros.
Sin embargo, todas
las noches la Gata era conducida secretamente a
la villa de Harry Baur, donde revelaba los planes
que habían sido trazados durante la jornada. Un
día, explicó que la principal preocupación de
la Resistencia era la de hallar un medio para
reanudar las comunicaciones con Gran Bretaña, ya
que todos los enlaces habían sido capturados.
Bleicher tuvo una
idea. Ordenó a la Gata que hiciera venir a
Pierre de Vomecourt a París y le dijo que éste
había de ser enviado a Inglaterra en nombre de
la Resistencia. Mathilde debía persuadir a sus
camaradas de que Vomecourt era el hombre más
indicado para esta misión.
Sorpresa
para la Gata
La noche
siguiente, Bleicher anunció a la Gata que tenía
una sorpresa para ella.
- Cuando regreses a tu casa encontrarás en ella a
Violette. En realidad, nunca ha estado detenida,
puesto que trabaja para nosotros. Violette
guardará silencio, puedes estar segura de ello.
Ocúpate de ella, debe permanecer en la Resistencia.
La Gata cumplió
las órdenes que acababa de recibir. Se reunió
con Pierre de Vomecourt y otros resistentes en el
bar "Pam-Pam" de los Campos Elíseos, e
hizo su propuesta, la cual fue aceptada. Allí se
decidió que Pierre de Vomecourt trataría de
llegar a Inglaterra, y obtener allí nuevas
instrucciones.
No era una empresa
fácil, pues los alemanes habían descubierto los
senderos que permitían atravesar
clandestinamente la frontera española y
conocían también los puntos de la costa en los
que los resistentes se hacían a la mar para
trasladarse a Inglaterra.
Unos días
después de la conversación en el
"Pam-Pam", la Gata volvió a ver a sus
amigos y les dijo que había descubierto un medio
para llegar a Inglaterra. Pero añadió que
sería preferible que ella acompañase al
elegante Pierre de Vomecourt, ya que era bien
conocida y su presencia inspiraría confianza a
los ingleses.
Los otros
aprobaron en seguida esta decisión y la
aplaudieron. Era, desde luego, una empresa digna
de la Gata, de aquella a la que todos
consideraban como una heroína. Bien merecía su
fama, pues era la más hábil, la más valerosa,
la mejor...
Bleicher se ocupó
de que Mathilde y Vomecourt salieran de Francia
sin obstáculos, y una vez fuera de sus fronteras
no hubo dificultad alguna en llegar a Inglaterra.
Con ello, Bleicher logró el golpe maestro de
instalar a su agente, la Gata, y a Pierre de
Vomecourt, que no sospechaba nada, en el
Ministerio de la Guerra británico, en el
mimísimo Londres.
La Gata trabajó
allí durante nueve meses. Todo lo que ella
sabía lo transmitía a Francia por el nuevo
canal que había establecido la Resistencia.
Todas las informaciones eran registradas por
Violette y ésta se las pasaba a Bleicher.
Sin embargo, el
servicio de contraespionaje británico se
mostró, con respecto a la Gata, menos confiado
que los compañeros franceses de ésta.

Renée ("Violett"), gravemente enferma, fue
juzgada también
junto a "La Gata" y
condenada a dos años de carcel.
Un
cerebro sin corazón
Los ingleses
acabaron por ver claramente cuál era su juego y
la detuvieron en julio de 1942. Los británicos
mantuvieron encarcelada a Mathilde Carré hasta
el final de la guerra.
En la celda de su
prisión inglesa, la Gata escribió en su diario
una página dirigida a sus antiguos camaradas de
la Resistencia:
"¿Cómo
explicar todo lo que he tenido que soportar?
Jamás podría hallar las palabras para expresar
mi tristeza profunda, infinita, o para describir
mis temores. Pero no estoy sola. Tampoco
vosotros, aquellos que todavía seguís con vida,
dormiréis esta noche, estaréis conmigo. Y en
cuanto a vosotros, los que estáis muertos,
viviréis conmigo, según nuestras propias leyes,
en un mundo que yo he creado para mí."
Cuando se
presentó ante sus jueces franceses, en enero de
1949, Mathilde Carré estaba tranquila. Su mirada
recorría, soñadora, las molduras doradas del
techo barroco de la sala del tribunal.
El fiscal tomó la
palabra:
- Durante dos meses practicó la más vil de las
traiciones. Su malevolencia, su doblez, su
perseverancia en el mal, su diario del que acabo
de leer algunos extractos y que la describe tal
como es, un cerebro sin corazón, son hechos que
ustedes podrán juzgar en su totalidad. Y
reconocerán que, en este asunto, hay una sola
sanción posible: la muerte.
- Admito
su culpabilidad -replicó el abogado defensor- , pero es preciso tener en cuenta que esta mujer
fue colocada en una situación en la que sólo le
cabía elegir entre la vida y la muerte. Nadie
puede olvidar que fue una heroína desde los
primeros momentos de la Resistencia,
¿condenaríais a muerte a aquellos que fueron
los primeros en esparcir las semillas de la fe y
que, más tarde, sobrevaloraron sus propias
fuerzas?
Sin embargo, el
fiscal se salió con la suya y Mathilde Carré fue condenada a muerte.
No obstante, antes
de ser pronunciada la sentencia, la Gata perdió,
por primera y última vez, el dominio sobre sí misma.
-
Espero el veredicto sin temor -les dijo a los jueces- . Pero lo que no puedo olvidar es que, mientras a
mí se me pide la pena de muerte en este
tribunal, ¡Hugo Bleicher vive en libertad en Hamburgo!
Unos meses más
tarde, el Presidente de la República conmutó la
pena de muerte impuesta a Mathilde Carré, la
Gata, por la de cadena perpetua.
Fue finalmente
liberada en 1954. Publicó un libro contando su
historia titulado "J'ai été la
Chatte" (Yo fuí la Gata)
Paso el resto de
su vida alejada de cualquier notoriedad pública, y falleció en 1970.
FIN
