Cuando vio a Armand le
reveló que los alemanes se disponían a
atravesar España. No obstante, Mathide siguió
en la región y continuó recabando información
sobre los preparativos alemanes. Cuando advirtió
que éstos actuaban a ritmo muy displicente, fue
la primera en transmitir la importante noticia de
que los alemanes habían renunciado a su proyecto
de atacar Gibraltar.
Las actividades
del grupo del coronel Achard se extendían a toda
Francia, y lo mismo cabe decir de Mathilde. Como
declararía más tarde el coronel Achard ante el
tribunal, en aquel periodo su red obtuvo unos
éxitos extraordinarios.
En el cuartel
general del Servicio de Inteligencia británico,
donde el grupo era conocido con el nombre de
"Valenty", los agentes de Achard
gozaban de una estima extraordinaria.
Los nombres y
apellidos de los miembros más importantes del
grupo habían sido anotados en los expedientes de
los servicios secretos británicos, detalle que
más tendría mucha importancia. Los británicos
estaban perfectamente informados acerca del
coronel Roman Czerniawski, alias Armand, sobre
Mathilde Carré, alias la Gata, y sobre otros
agentes clandestinos, como el aristócrata Pierre
de Vomecourt.
Durante este
periodo el grupo organizó con los británicos
lanzamientos en paracaídas de armas para la
Resistencia y entregas de suministros mediante
desembarcos en ciertos puntos de la costa vasca.
El grupo Achard también hizo pasar
clandestinamente a diversas personas a España y
Suiza, ocultó prisioneros evadidos de los campos
alemanes y se entregó en general a las
actividades patrióticas más diversas.
Un día, Armand y
Mathilde constataron que necesitaban a alguien
que les ayudara a efectuar tareas secundarias,
como espiar en cafés y restaurantes, hacer
auto-stop con los alemanes, etc.

"Armand"
adquirió la nacionalidad inglesa y terminó como
oficial
del ejército. Aquí en una foto irónica
sobre "La Gata"
La
Sak se enfrenta con Violette
La Gata encontró
la persona apropiada en una mujer llamada Renée
Borni. Puesto que había de trabajar en estrecha
colaboración con Armand, Mathilde tuvo la
precaución de elegir como ayudante a una mujer
del tipo opuesto a las que le gustaban al polaco.
Renée (que
adoptó el nombre de Violette en la Resistencia)
demostró ser también una mujer totalmente
dedicada a su jefe y no fue pequeño el pesar de
la Gata al descubrir, algún tiempo después, que
Armand se habla enamorado de su nueva ayudante.
En presencia de su
rival, Mathilde no podía evitar a veces una
visible desazón. Puesto que se hallaban
provisionalmente en Paris, un día pidió a
Armand que enviase a Violette a provincias para
una misión de escasa importancia. Armand sonrió
y dijo a la Gata:
-Estás celosa.
-¡No se trata de eso! -protestó
Mathilde- Tengo el
presentimiento de que nos acecha un peligro.
-Di mejor que tienes el presentimiento de que van a
comerte los celos - replicó Armand, riéndose.
Pero
efectivamente, les acechaba un peligro, y sería
René Borni, alias Violette, quien causaría la
pérdida de aquel grupo tan bien organizado.
La misión
confiada a Violette consistía en reunir algunas
informaciones de escasa importancia, en concreto
de saber adónde había de trasladarse cierto regimiento alemán.
Un oficial alemán
abordó a Violette cerca de la Gare du Nord, y
ella se dedicó a sonsacarle con prudencia. Un
hombre situado cerca del militar siguió
atentamente la conversación, mientras fingía
estar sumido en la lectura de un periódico
francés.
Violette no le
prestó atención ni tampoco se fijó en que el
hombre les seguía cuando ella y el oficial
salieron de un café. Esta vigilancia duró
varios días, sin que Violette se apercibiese de
ella. Seguida por policías de paisano que se
relevaban, Violette fue vista con Armand y con la Gata.
Fue así como el
servicio de contraespionaje alemán del almirante
Canaris descubrió su cuartel general y su
apartamento, y el 18 de noviembre de 1941, a las
cinco y media de la mañana, Armand y Violette
fueron detenidos.
Unas horas más tarde,
Mathilde fue arrestada a su vez y encerrada en
una prisión militar. La calma que reinaba en su
celda no hizo sino acrecentar sus temores. Ella
no sabía que había sido de los demás.
¿Habían capturado a Armand? ¿A alguien más?
¿Era ella la única? Con estremecimiento, pensó
que tal vez fuera torturada.
La
Gata en la cárcel
Cayó la noche. En
la oscuridad de su celda, la Gata reflexionó
sobre su situación y llegó a la conclusión de
que no tenía ninguna esperanza de escapar con vida.
De pronto se
encendió la luz en su celda, se abrió la puerta
y entró alguien con uniforme alemán.
Sentada en su
catre, Mathilde le miró atemorizada.
Sabía ya
reconocer al primer vistazo la graduación y el
arma de los militares alemanes. Aquél era un
sargento. De haber vestido de paisano, nadie le
hubiese tomado por un alemán. No tenía de
alemán ni la actitud ni el físico.
También se
sorprendió la Gata por el modo de comportarse de
aquel hombre. Se había quedado cerca de la
puerta, apoyado en la pared, y la miraba en
silencio. Durante un largo rato, sus ojos no la
abandonaron. Mathilde empezó a impacientarse y
se levantó.
- Señor -le dijo- , ¿por qué he sido detenida?
El hombre no
contestó y su mutismo asustó a Mathilde.
Pasaron unos minutos y por fin el recién llegado
se decidió a dirigirle la palabra.
- ¿Ha vivido usted en Argelia?
- En Argelia, sí.
- ¿No es cierto que París es una ciudad
maravillosa?
Ella le miró,
aterrorizada.
-
¿Tiene miedo? -le preguntó el militar- ¿De qué? Yo no voy a hacerle ningún daño. Sé
que es usted una mujer inteligente. ¿Sabe que
con este peinado se parece a Juana de Arco?
Más tarde,
Mathilde anotaría en su diario: "Nada
podía ser más atemorizador: el hombre que
entró en mi celda era 'humano'".
Aquel
"humano" la interrogó sobre sus
actividades en la Resistencia. Le habló de
Argelia, de Francia, de París. Se expresaba en
francés y su voz era cariñosa.
Al cabo de unos
minutos la Gata notó que sostenía con él una
conversación agradable, lo que no impidió, sin
embargo, que él le gastase una broma cruel:
-Esto es muy poco confortable. ¿Quiere que vayamos a
otro lugar?
Entonces Mathilde
volvió a darse cuenta de donde estaba.
Desesperada, se encogió de hombros y después
clavó la mirada en el suelo. Cuando alzó de
nuevo los ojos, el sargento había desaparecido.
La luz de su celda
se apagó de nuevo. "Como
si procediera de una distancia infinita -escribió
más tarde en su diario-
llegó claramente a mis oídos la música del
Requiem de Mozart. Parecía como si, realmente,
la estuviese interpretando una orquesta".

El teniente
coronel Oskar Reile, jefe del Adwehr, sección de
contraespionaje
en París, fue capaz de despistar
a los servicios secretos enemigos.
Después se oyó
un ruido ante la puerta. La luz volvió a
encenderse. Se abrió la puerta y aparecieron
unos guardias armados. Un cabo le indicó con una
seña que les siguiese.
Recorrió varios
pasillos, cruzó puertas enrejadas y atravesó un
oficina. El cabo firmó un papel. Se abrió una
puerta y después otra. Por último una postrera
puerta enrejada y seguidamente salieron a la calle.
¿Quién estaba
fuera?
Era el sargento
que la habla visitado en su celda. Le costó
reconocerlo. Vestía de paisano, con una corbata
elegante, guantes y una boina. Un cigarrillo en
los labios... En una palabra, tenía todo el
aspecto de un francés elegante.
Como un perfecto
hombre de mundo, el caballero de la boina
señaló a Mathilde un automóvil grande y
lujoso, y la invitó a subir.
-Le
ruego que se siente detrás -le
dijo- . Y no retire las cortinillas.
Él se instaló
despreocupadamente ante el volante. La Gata no
dejó de observar que el espejo retrovisor era de
gran tamaño y permitía al conductor observarlo todo sin problemas. El coche se puso en marcha, se abrió una verja y Mathilde se encontró de nuevo en París.
¿Adónde la
llevaba aquel hombre?
Observó que
salían de París y que después atravesaban
Maisons-Laffite. Pero, ¿qué era aquel jardín
grandioso? ¿Y aquella villa?
El temor volvió a
asaltar a la Gata, pues aquella mansión enorme y
refinada pertenecía al célebre actor Harry Baur
y ella sabía que el ejército alemán la había
requisado para convertirla en cuartel general de
sus servicios de contraespionaje.
Para llevarla a
aquella casa, forzosamente tenían que
considerarla como una presa importante. La
inscripción que Dante coloca en la puerta del
infierno ("Abandonad toda esperanza los que
aquí entráis") hubiese quedado muy
apropiada sobre la verja de aquella finca.
Pero, ¿era
aquello, en realidad, el cuartel general del
contraespionaje alemán? Nada en su aspecto
parecía indicarlo, muy al contrario. La Gata vio
unos servidores corteses y fue introducida en un
salón, donde la dejaron sola.
Se sentó en una
butaca confortable. Desde la ventana se veía un
parque, sobre el que caían las sombras del
crepúsculo. En la lejanía se oran los rumores
de la gran ciudad. Parecía como si todos
hubiesen olvidado a la visitante.
Pero de pronto se
abrió la puerta. El hombre que la habla
acompañado venía a buscarla. La condujo, a
través del vestíbulo, a otro gran aposento,
lujosamente amueblado. Por una puerta
entreabierta, distinguió un espejo ante el cual
había una lámpara encendida. Entró en esta
última habitación. Era un dormitorio.
¿ Qué ocurrió?
