En 1949 un tribunal francés condenaba a muerte a Mathilde Carré, una mujer de gran belleza que con el nombre de
guerra de "La Chatte" (la Gata) se
había distinguido, al comenzar la Segunda Guerra
Mundial, como uno de los mejores elementos de la
red de espionaje inglesa en Francia. Sin embargo,
a partir de la detención de que fue objeto por
parte del contraespionaje alemán, una serie de
acontecimientos hicieron sospechar al
Intelligence Service de que se hallaban ante un
caso de doble juego. Pero, como el tiempo
demostraría, no todo estaba tan claro.
Son muchos los
franceses que todavía recuerdan haber leído en
los tableros de información oficial, en París,
el aviso que el 8 de enero de 1949. anunciaba que
Mathilde Carré había sido condenada a muerte
por el XIV Tribunal de lo Penal.
La Gata fue una de
las grandes espías europeas. Era una mujer de
singular belleza, de facciones correctas,
cabellos castaños, dientes blancos y regulares,
y ojos de mirada profunda. El teniente coronel
Marcel Achard, un militar que desempeñó un
papel muy importante en los servicios secretos
franceses durante la guerra, declaró en el
proceso:
-
Madame Carré prestó servicios notables al
Ejército francés. Durante los años en los que
trabajó para nosotros, pudo revelarnos varios
planes de campaña del ejército alemán.
¿Por qué fue
entonces condenada a muerte por un tribunal
francés? ¿Era un agente doble? Y en este caso,
¿por qué trabajaba a la vez para su país y
para el enemigo? Mucho antes de que el doctor
Klaus Fuchs revelara los secretos de la bomba
atómica a la URSS, Mathilde Carré presentó un
ejemplo típico de doble personalidad como espía.
Su historia deja
muy atrás a la de Dalila y a la de Mata Hari
Una institutriz argelina
En un pueblecito
del sur de Argelia, vivía, en 1939 una joven
llamada Mathilde Carré, nacida en 1910 Belard,
Se había casado con un oficial del ejército
francés y los pocos ingresos de éste la
obligaban a trabajar como institutriz.
Madame Carré
llevaba los cabellos en bucle sobre la frente,
las cejas bien dibujadas enmarcaban sus grandes
ojos pardos, sus labios gordezuelos se abrían
sobre una hilera de dientes blanquísimos. Su
silueta era perfecta.
Inspiraba cierta
desconfianza a sus vecinos, pertenecientes a la
pequeña burguesía argelina, a los que les
parecía demasiado bien educada para trabajar en
tan modesto empleo. Su sueldo de institutriz no
le permitía vestirse con rebuscamiento, pero,
aunque sencillas, sus ropas nunca carecían de elegancia.

Mathilde Carré "La
Gata" durante su juicio en 1949 por espionaje.
No se sabe si
Mathilde Carré fue feliz en Argelia, pero lo
cierto es que, apenas estalló la guerra,
decidió irse a vivir a París.
Las circunstancias
facilitaron la realización de su deseo. La
Francia en pie de guerra necesitaba enfermeras y
Mathilde se enroló inmediatamente. Cuando tuvo
por fin su billete y su compromiso firmado,
lanzó un suspiro de alivio y se dijo que, a
partir de entonces, iba a empezar a vivir.
Sabemos que estas
fueron sus reacciones porque Mathilde Carré
escribía un diario, que posteriormente
completaría para convertirlo en
"confesión", un notable documento
humano que citaremos varias veces.
Antes de abandonar
África, volvió a ver a su esposo en Argel. Este
se disponía a partir para el frente, y este
encuentro entre los dos sería el último, pues
poco después él cayó en el campo de batalla.
Argel le parecía
una ciudad triste. En su diario escribió:
"Argel
es gris. Yo estaba enervada. Confié mi maleta a
dos árabes y éstos me condujeron al hotel
Terminus, donde tomé una habitación, quise
bañarme, pero había una cucaracha que corría
por la bañera."
Mientras esperaba
su barco, se dedicó a pasear por los arrabales,
que le parecieron el único lugar interesante de
la ciudad. Una noche, se había sentado en un
banco del barrio árabe cuando un hombre joven y
con el uniforme de los paracaidistas se sentó a
su lado. En la oscuridad, la confundió con una
mujer árabe.
"Era verdaderamente encantador -escribió
ella en su diario- ,
un auténtico titi parisiense. Estaba muy
contento porque regresaba a Francia. Yo no le
dije quién era y le hablé en la jerga de las
chicas árabes de los arrabales. De este modo, no
le decepcioné."
"¡Cuán
agradables las frases que murmuró junto a mí en
el banco! Me invitó a tomar una copa en un
café. Cuando me vio a la luz y se dio cuenta de
a quién habla contado todas aquellas cosas
simpáticas dirigidas al corazón de una joven
árabe, se sintió extraordinariamente
confundido. Yo traté de disipar su confusión y
le invité a almorzar al día siguiente. Mis
relaciones con él fueron un idilio sencillo y
encantador."
El
amor de un paracaidista
Los paracaidistas
embarcaron en el mismo buque de Mathilde para volver a Francia. "Mi paracaidista ha hecho el viaje conmigo en el
barco", escribió ella en su diario.
Una vez en París,
se instaló en un hotel del centro.
"¡Qué
país y qué ciudad! -anotó-
Es inimaginable que los boches puedan conquistar
Paris. Los antiguos edificios históricos, el
Sena y sus muelles, Notre-Dame y la Cúpula de
los Inválidos, somos y soy todas estas cosas.
Los bulevares son la vida. Camino por las calles,
me siento en cualquier café. ¡Cuántas
sensaciones me asaltan! Soy feliz, me encuentro
como en el cielo. Y también yo velaré,
cumpliendo mi misión como los demás, para que
este cielo no sea vencido por el infierno."
Al día siguiente,
se presentó en su centro de movilización. En el
hospital en el que siguió un cursillo de
enfermera fue considerada como persona de toda
confianza, infatigable y dedicada por completo al
cuidado de los demás.
Quedó muy
quebrantada por la derrota de 1940 y la llegada
de los nazis a París. Tomó el camino del
exilio. Primero organizó un centro de socorro en
Beauvais, y después se trasladó al sur del
país, a Toulouse.
De nuevo, y por su
propia iniciativa, organizó allí un centro de
socorro para heridos y además sugirió a los
oficiales franceses la creación de un campo de
reunión para los soldados que no pudieran volver
a incorporarse a sus unidades.
Mientras se
afanaba en estas tareas, conoció a un hombre que
parecía tener especial necesidad de su ayuda.
Era un oficial del Estado Mayor polaco, agregado
a los servicios de enlace del Ejército francés.
Había combatido contra los alemanes, éstos lo
hablan hecho prisionero y se habla escapado.
Agotado, hambriento y enfermo, fue atendido por
Mathilde Carré, que lo alimentó y cuidó.
Cómo
se crea una red de espionaje
Se llamaba Roman
Czerniawski, un apellido que ella no podía
pronunciar, por lo que optó por llamarle
simplemente Armand. Fue él quien le puso a ella
el apodo de "la gata", debido a su
belleza felina. Armand confió a Mathilde su idea
de montar una red de resistencia y de
información en Francia, para espiar a los
alemanes y combatirlos allí donde fuese posible.
Mathilde aceptó participar, entusiasmada.
Se trataba, ante
todo, de ponerse en contacto con ciertos
oficiales. Algunos de ellos se encontraban en la
zona libre, pero otros vivían secretamente en la
zona ocupada. La Gata puso manos a la obra con
toda su energía. Francia se hallaba todavía en
pleno caos. Millones de personas sin hogar
vahaban por las carreteras, y en la frontera
española la situación era terrible.

El sargento Hugo
Bleicher, del Adwehr, que suministró material
sin importancia
a los agentes franceses,
fotografiado años después de terminada la guerra.
El coronel polaco
no podía desplazarse libremente y por tanto no
se atrevía a trasladarse a la zona ocupada, por
lo que Mathilde se ocupó de este trabajo de
enlace. Era ella la que entraba en contacto con
los nuevos miembros del grupo y la que organizaba
citas entre ellos. La red tomó el nombre de
"Interallié" y no tardaría en ser la
más activa de la Resistencia francesa.
El coronel Marcel
Achard, que se habla unido al movimiento, se
convirtió en su personaje más importante. Los
demás miembros, con la excepción del coronel
polaco, eran simples aficionados en las tareas de
espionaje. Achard, en cambio, era un hombre con
muchos recursos y, a través de España y
Portugal, se comunicaba con los ingleses. Para
Mathilde era como un dios.
Una de las
principales preocupaciones de los aliados en esta
zona era saber si los alemanes se quedarían
simplemente en la frontera española, o si
habían llegado a algún tipo de pacto con el
régimen fascista de Franco que les permitiese
meter sus tropas en España y atacar Gibraltar.
Armand confió a
la Gata la misión de descubrir los proyectos
alemanes y ella se desplazó a Burdeos, y
después a Bayona y Biarritz, en la frontera. En
esta última ciudad se habla ubicado una unidad
de tanques que parecían prepararse con vistas a
entrar en campaña. Además en Burdeos se habían
concentrado fuerzas aéreas. Unos oficiales de
estas unidades aparecieron un día en el Café de
París, en Biarritz. En su diario, Mathilde
narró cómo llegó a trabar relación con ellos:
"Un oficial boche se acercó a mí y me dijo:
-¿Puedo sentarme a su mesa, Madame? Desearía preguntarle
algunos datos sobre la ciudad.
-Sí
-contesté-. Además, también yo quisiera hacerle una pregunta.
-La que desee.
-Lleva
usted el uniforme de la Luftwaffe, pero no parece
ser un piloto, no luce la insignia.
-Soy
lo que ustedes llamarían en Francia un coronel
de intendencia y presto mis servicios en la
aviación. Me encargo del aprovisionamiento de la
Luftwaffe en Burdeos."
Bebieron champán
en el restaurante y después siguieron bebiendo
en otros lugares.
"Tuve buen cuidado en conservar toda la claridad de mi
mente -escribió ella en
su diario- Aparte de esto,
no me impuse restricción alguna"
